Hay algo en el aire que hace que quiera respirar donde me estaba ahogando. Hay algo en el aire que señala una ruta , mi estómago, el latir del corazón y esa intensa sensación de que algo me falta hace que siga caminando. Yo tengo deseos de besar tus ojos y borrar para siempre la sal. Yo tengo deseos de abrazar tu olor, volverme aire y suspiro en tu boca.
Yo voy a buscar y las señales se iran perdiendo tras de los pasos que de.
Puedes pensar lo que quieras, el punto es que hoy yo necesito tu venganza.
Después de los tragos haz lo que quieras.
martes, 28 de octubre de 2008
martes, 21 de octubre de 2008
CONCIENCIA
Columna en revista El Sábado el 28 de agosto de 2004.
Lunes 21 de Marzo de 2005Patricia May
Hay dos pilares fundamentales para las personas que se internan en un camino de conciencia y evolución personal. Uno es vivir despiertos y, el otro, hacerse responsable de la conducción de su vida.Vivir despiertos es ser consciente del movimiento mental-emocional, los lentes psíquicos a través de los cuales miramos el mundo. Par ello es preciso desarrollar la capacidad de observar nuestros pensamientos y emociones. Nos daríamos cuenta que somos sumamente repetitivos, que una y otra vez le damos vuelta a las mismas ideas y que ellas nos conducen a estados muchas veces no deseados. Al ser conscientes de esto ya no podemos culpar a los demás de nuestras vivencias. Es común que las personas expliquemos nuestras reacciones, estados o circunstancias como el resultado de lo que otros han hecho. "Perdí el control porque ella me enfureció". "Estoy así porque mis padres no me quisieron".No cabe duda, las circunstancias nos afectan, pero precisamente, constituyen una oportunidad para que nos trabajemos y las trascendamos. Una actitud básica en una persona consciente es responsabilizarse de sus estados; soy yo la que me enojo, la que temo, la que tengo rencor, soy yo la que puedo trabajarme, muchas veces con ayuda de otros, para liberarme de lo que me aprisiona.¿Hasta cuando queremos seguir llevando la carga que llevamos? ¿Hasta cuándo culpar a las circunstancias, a los otros, a la vida para no hacernos cargo de nosotros mismos? Los otros han sido vehículos para que despiertan nuestras potencias de ira, miedos que yacían inactivos, pero vivos hasta que el otro nos las activa y nos hace el favor de que salgan, se expresen y podamos concientizar todas aquellas fuerzas que yacian ocultas en el inconsciente. En este sentido las personas que nos hieren o nos irritan, o colman nuestra paciencia son maestros que nos permiten vernos. La irritación, la herida, la impaciencia son nuestras, aceptando esto puedo empezar a conocerme y trabajarme. ¿Por qué me duelo tanto con la crítica? ¿Qué me pasa que me importa tanto lo que los demás digan de mí? ¿Qué punto de mi vulnerabilidad tocan los otros con ciertas actitudes? Este es el tipo de preguntas que necesitamos hacernos en pos de un autoconocimiento que nos lleve a trascender nuestro estado actual. Los demás, las circunstancias son oportunidades, disfrazadas de hechos que tocan los puntos justos que necesitamos elaborar.La vida es lo que yo hago de ella, las circunstancias no existen como algo neutro que es por sí, sino que yo las tiño de mi interpretación, de mi actitud para vivirlas. Un mismo hecho puede convertirse en algo que me hunda o en una oportunidad de probar mi fuerza y certidumbre interior.Una enfermedad, una infancia difícil, una convivencia complicada, un trabajo aburrido pueden ser oportunidades para extremar nuestra comprensión, fuerza, manejo emocional, capacidad creativa. No hay nadie ajeno a nosotros mismos a quien culpar ni responsabilizar de nuestra calidad de vida. La vida es bella y alentadora para quien sabe mirarla con ojos profundos, comprendiendo que en lo fácil y difícil, en la alegría y el dolor estamos ante la oportunidad de crecer en espíritu.
Lunes 21 de Marzo de 2005Patricia May
Hay dos pilares fundamentales para las personas que se internan en un camino de conciencia y evolución personal. Uno es vivir despiertos y, el otro, hacerse responsable de la conducción de su vida.Vivir despiertos es ser consciente del movimiento mental-emocional, los lentes psíquicos a través de los cuales miramos el mundo. Par ello es preciso desarrollar la capacidad de observar nuestros pensamientos y emociones. Nos daríamos cuenta que somos sumamente repetitivos, que una y otra vez le damos vuelta a las mismas ideas y que ellas nos conducen a estados muchas veces no deseados. Al ser conscientes de esto ya no podemos culpar a los demás de nuestras vivencias. Es común que las personas expliquemos nuestras reacciones, estados o circunstancias como el resultado de lo que otros han hecho. "Perdí el control porque ella me enfureció". "Estoy así porque mis padres no me quisieron".No cabe duda, las circunstancias nos afectan, pero precisamente, constituyen una oportunidad para que nos trabajemos y las trascendamos. Una actitud básica en una persona consciente es responsabilizarse de sus estados; soy yo la que me enojo, la que temo, la que tengo rencor, soy yo la que puedo trabajarme, muchas veces con ayuda de otros, para liberarme de lo que me aprisiona.¿Hasta cuando queremos seguir llevando la carga que llevamos? ¿Hasta cuándo culpar a las circunstancias, a los otros, a la vida para no hacernos cargo de nosotros mismos? Los otros han sido vehículos para que despiertan nuestras potencias de ira, miedos que yacían inactivos, pero vivos hasta que el otro nos las activa y nos hace el favor de que salgan, se expresen y podamos concientizar todas aquellas fuerzas que yacian ocultas en el inconsciente. En este sentido las personas que nos hieren o nos irritan, o colman nuestra paciencia son maestros que nos permiten vernos. La irritación, la herida, la impaciencia son nuestras, aceptando esto puedo empezar a conocerme y trabajarme. ¿Por qué me duelo tanto con la crítica? ¿Qué me pasa que me importa tanto lo que los demás digan de mí? ¿Qué punto de mi vulnerabilidad tocan los otros con ciertas actitudes? Este es el tipo de preguntas que necesitamos hacernos en pos de un autoconocimiento que nos lleve a trascender nuestro estado actual. Los demás, las circunstancias son oportunidades, disfrazadas de hechos que tocan los puntos justos que necesitamos elaborar.La vida es lo que yo hago de ella, las circunstancias no existen como algo neutro que es por sí, sino que yo las tiño de mi interpretación, de mi actitud para vivirlas. Un mismo hecho puede convertirse en algo que me hunda o en una oportunidad de probar mi fuerza y certidumbre interior.Una enfermedad, una infancia difícil, una convivencia complicada, un trabajo aburrido pueden ser oportunidades para extremar nuestra comprensión, fuerza, manejo emocional, capacidad creativa. No hay nadie ajeno a nosotros mismos a quien culpar ni responsabilizar de nuestra calidad de vida. La vida es bella y alentadora para quien sabe mirarla con ojos profundos, comprendiendo que en lo fácil y difícil, en la alegría y el dolor estamos ante la oportunidad de crecer en espíritu.
miércoles, 15 de octubre de 2008
TOXICOS
Avasallan, manipulan y desvalorizan sin culpa:
El que destila un odio visceral y se regodea con la humillación del otro, el que avasalla al semejante, el que busca manipular con mentiras, el que agrede innecesariamente y desvaloriza al otro para sentirse bien él, el que daña con intención sin jamás proponer una reparación, el que incomoda con sus imposturas, el envidioso de todo lo ajeno y el que urde los problemas para acercar luego sus soluciones.La nómina de personas dañinas la completan el autodestructivo, el narcisista patológico, el perverso, el violento impenitente y el estafador. Se sabe que de seres nocivos está lleno el mundo, pero ¿existe realmente la gente "tóxica"?Las neurociencias dicen que sí, que la gente "tóxica", encarnada por aquellos seres rapaces que inexorablemente perturban el bienestar ajeno y vampirizan al semejante, existe. Y endilgan a fallas químicas la irrigación de esa toxicidad. Sus conductas se traducen en patologías, y la coexistencia con ellos resulta imposible.En el psicoanálisis y la psicología, la literatura está dividida. No obstante, ambas se inclinan por los vínculos y comportamientos "tóxicos" más que por las personas, ya que lo que es "tóxico" para unos puede ser perfectamente aceptado por otros. En todo caso, se trata de una percepción subjetiva, dicen.Si bien no existe una cofradía donde se imponga la toxicidad, al hurgar en los perfiles nocivos sin duda que algunos políticos, aquellos que sólo buscan ser escuchados y prometen lo que saben que jamás van a cumplir, podrían encajar en ese estereotipo. Y, dentro de las relaciones de poder, los jefes desconcertantes, impredecibles o arbitrarios, los seudoemperadores de la verdad, incapaces de encomiar méritos o esfuerzos, no se escapan indemnes a la toxicidad."Quien mejor se ha dedicado a este tema en la historia de la filosofía es Baruch Spinoza", apunta el filósofo Tomás Abraham. "Él habla de encuentros que potencian nuestras energías y nos dan alegría, y los que las disminuyen y producen tristeza. Cuando dos cuerpos se convienen entre sí, multiplican su potencia. Y cuando no lo hacen se produce un mal encuentro, semejante a una especie de envenenamiento", explica.Se puede cambiarInvestigadora de la vida cotidiana a través de la filosofía, Roxana Kreimer es asertiva respecto de esa categoría, popularizada por la norteamericana Lilian Glass en su best seller "Toxic people" (Gente tóxica). Allí advierte que nadie es "ciento por ciento sano, ni física ni psicológicamente; por eso, es importante atender los patrones caracterológicos y sus efectos", observa Glass. "Los comportamientos destructivos son tolerados si aparecen de manera esporádica. Pero cuando se repiten con frecuencia, contaminan las relaciones interpersonales", dice Kreimer."Confucio decía que si uno se topa con gente buena, debe tratar de imitarla, y si uno se topa con gente mala, debe examinarse a sí mismo", añade. Y caracteriza a la gente "tóxica" "por su falta absoluta de empatía con el otro".Diana Cohen Agrest, doctora en filosofía y docente de la Universidad de Buenos Aires, habla de "los vínculos destructivos de los que hay que huir". Pero advierte sobre la estigmatización y la capacidad de cambio de las personas. "Los seres humanos no somos de una vez y para siempre. Estamos en constante proceso de construcción. El nombre definitivo es el del epitafio, pues sólo allí adquirimos una identidad definitiva. Mientras vivimos, se puede dejar de ser 'tóxico', como también se pueden adquirir otras características".El filósofo Santiago Kovadloff confiesa cruzarse a menudo con este tipo de personas y rogar que en ese instante alguien en el teléfono lo libere de la situación. "Pongo el acento en los vínculos más que en las personas, porque el significado de alguien depende primordialmente de quien entable una relación con él", ejemplifica.Y se pregunta si la gente realmente se cuestiona qué es lo que uno produce en el otro. "Yo también puedo irritar y ser muy aburrido en mi vida pública", confiesa.Sin embargo, ubica como rasgo dominante de la toxicidad "a las personas monologadoras y autorreferenciales y a aquellos que nos aplastan". Y arremete contra los simuladores y contra aquellos vínculos cimentados a partir de una necesidad tramposa: "La de no relacionarse realmente".
El que destila un odio visceral y se regodea con la humillación del otro, el que avasalla al semejante, el que busca manipular con mentiras, el que agrede innecesariamente y desvaloriza al otro para sentirse bien él, el que daña con intención sin jamás proponer una reparación, el que incomoda con sus imposturas, el envidioso de todo lo ajeno y el que urde los problemas para acercar luego sus soluciones.La nómina de personas dañinas la completan el autodestructivo, el narcisista patológico, el perverso, el violento impenitente y el estafador. Se sabe que de seres nocivos está lleno el mundo, pero ¿existe realmente la gente "tóxica"?Las neurociencias dicen que sí, que la gente "tóxica", encarnada por aquellos seres rapaces que inexorablemente perturban el bienestar ajeno y vampirizan al semejante, existe. Y endilgan a fallas químicas la irrigación de esa toxicidad. Sus conductas se traducen en patologías, y la coexistencia con ellos resulta imposible.En el psicoanálisis y la psicología, la literatura está dividida. No obstante, ambas se inclinan por los vínculos y comportamientos "tóxicos" más que por las personas, ya que lo que es "tóxico" para unos puede ser perfectamente aceptado por otros. En todo caso, se trata de una percepción subjetiva, dicen.Si bien no existe una cofradía donde se imponga la toxicidad, al hurgar en los perfiles nocivos sin duda que algunos políticos, aquellos que sólo buscan ser escuchados y prometen lo que saben que jamás van a cumplir, podrían encajar en ese estereotipo. Y, dentro de las relaciones de poder, los jefes desconcertantes, impredecibles o arbitrarios, los seudoemperadores de la verdad, incapaces de encomiar méritos o esfuerzos, no se escapan indemnes a la toxicidad."Quien mejor se ha dedicado a este tema en la historia de la filosofía es Baruch Spinoza", apunta el filósofo Tomás Abraham. "Él habla de encuentros que potencian nuestras energías y nos dan alegría, y los que las disminuyen y producen tristeza. Cuando dos cuerpos se convienen entre sí, multiplican su potencia. Y cuando no lo hacen se produce un mal encuentro, semejante a una especie de envenenamiento", explica.Se puede cambiarInvestigadora de la vida cotidiana a través de la filosofía, Roxana Kreimer es asertiva respecto de esa categoría, popularizada por la norteamericana Lilian Glass en su best seller "Toxic people" (Gente tóxica). Allí advierte que nadie es "ciento por ciento sano, ni física ni psicológicamente; por eso, es importante atender los patrones caracterológicos y sus efectos", observa Glass. "Los comportamientos destructivos son tolerados si aparecen de manera esporádica. Pero cuando se repiten con frecuencia, contaminan las relaciones interpersonales", dice Kreimer."Confucio decía que si uno se topa con gente buena, debe tratar de imitarla, y si uno se topa con gente mala, debe examinarse a sí mismo", añade. Y caracteriza a la gente "tóxica" "por su falta absoluta de empatía con el otro".Diana Cohen Agrest, doctora en filosofía y docente de la Universidad de Buenos Aires, habla de "los vínculos destructivos de los que hay que huir". Pero advierte sobre la estigmatización y la capacidad de cambio de las personas. "Los seres humanos no somos de una vez y para siempre. Estamos en constante proceso de construcción. El nombre definitivo es el del epitafio, pues sólo allí adquirimos una identidad definitiva. Mientras vivimos, se puede dejar de ser 'tóxico', como también se pueden adquirir otras características".El filósofo Santiago Kovadloff confiesa cruzarse a menudo con este tipo de personas y rogar que en ese instante alguien en el teléfono lo libere de la situación. "Pongo el acento en los vínculos más que en las personas, porque el significado de alguien depende primordialmente de quien entable una relación con él", ejemplifica.Y se pregunta si la gente realmente se cuestiona qué es lo que uno produce en el otro. "Yo también puedo irritar y ser muy aburrido en mi vida pública", confiesa.Sin embargo, ubica como rasgo dominante de la toxicidad "a las personas monologadoras y autorreferenciales y a aquellos que nos aplastan". Y arremete contra los simuladores y contra aquellos vínculos cimentados a partir de una necesidad tramposa: "La de no relacionarse realmente".
viernes, 10 de octubre de 2008
SOLO LEE
Y Zaratustra habló así al pueblo:
Es tiempo de que el hombre fije su propia meta. Es tiempo de que el hombre plante la semilla de su más alta esperanza.
Todavía es bastante fértil su terreno para ello. Mas algún día ese terreno será pobre y manso, y de él no podrá ya brotar ningún árbol elevado.
¡Ay! ¡Llega el tiempo en que el hombre dejará de lanzar la flecha de su anhelo más allá del hombre, y en que la cuerda de su arco no sabrá ya vibrar!
Yo os digo: es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina. Yo os digo: vosotros tenéis todavía caos dentro de vosotros. ¡Ay! Llega el tiempo en que el hombre no dará ya a luz ninguna estrella. ¡Ay! Llega el tiempo del hombre más despreciable, el incapaz ya de despreciarse a sí mismo.
Es tiempo de que el hombre fije su propia meta. Es tiempo de que el hombre plante la semilla de su más alta esperanza.
Todavía es bastante fértil su terreno para ello. Mas algún día ese terreno será pobre y manso, y de él no podrá ya brotar ningún árbol elevado.
¡Ay! ¡Llega el tiempo en que el hombre dejará de lanzar la flecha de su anhelo más allá del hombre, y en que la cuerda de su arco no sabrá ya vibrar!
Yo os digo: es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina. Yo os digo: vosotros tenéis todavía caos dentro de vosotros. ¡Ay! Llega el tiempo en que el hombre no dará ya a luz ninguna estrella. ¡Ay! Llega el tiempo del hombre más despreciable, el incapaz ya de despreciarse a sí mismo.
ZARATUSTRA
Zaratustra contempló al pueblo y se maravilló. Luego habló así:
El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, - una cuerda sobre un abismo.
Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso17.
Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso, pues ellos son los que pasan al otro lado.
Yo amo a los grandes despreciadores, pues ellos son los grandes veneradores, y flechas del anhelo hacia la otra orilla. Yo amo a quienes, para hundirse en su ocaso y sacrificarse, no buscan una razón detrás de las estrellas: sino que se sacrifican a la tierra para que ésta llegue alguna vez a ser del superhombre. Yo amo a quien vive para conocer, y quiere conocer para que alguna vez viva el superhombre. Y quiere así su propio ocaso.
Yo amo a quien trabaja e inventa para construirle la casa al superhombre y prepara para él la tierra, el animal y la planta: pues quiere así su propio ocaso.
Yo amo a quien ama su virtud: pues la virtud es voluntad de ocaso y una flecha del anhelo.
Yo amo a quien no reserva para sí ni una gota de espíritu, sino que quiere ser íntegramente el espíritu de su virtud: avanza así en forma de espíritu sobre el puente.
Yo amo a quien de su virtud hace su inclinación y su fatalidad: quiere así, por amor a su virtud, seguir viviendo y no seguir viviendo.
Yo amo a quien no quiere tener demasiadas virtudes. Una virtud es más virtud que dos, porque es un nudo más fuerte del que se cuelga la fatalidad.
Yo amo a aquel cuya alma se prodiga, y no quiere recibir agradecimiento ni devuelve nada: pues él regala siempre y no quiere conservarse a sí mismo18.
Yo amo a quien se avergüenza cuando el dado, al caer, le da suerte, y entonces se pregunta: ¿acaso soy yo un jugador que hace trampas? - pues quiere perecer.
Yo amo a quien delante de sus acciones arroja palabras de oro y cumple siempre más de lo que promete: pues quiere su ocaso.
Yo amo a quien justifica a los hombres del futuro y redime a los del pasado: pues quiere perecer a causa dé los hombres del presente.
Yo amo a quien castiga a su dios porque ama a su dios19: pues tiene que perecer por la cólera de su dios.
Yo amo a aquel cuya alma es profunda incluso cuando se la hiere, y que puede perecer a causa de una pequeña vivencia: pasa así de buen grado por el puente.
Yo amo a aquel cuya alma está tan llena que se olvida de sí mismo, y todas las cosas están dentro de él: todas las cosas se transforman así en su ocaso.
Yo amo a quien es de espíritu libre y de corazón libre: su cabeza no es así más que las entrañas de su corazón, pero su corazón lo empuja al ocaso. Yo amo a todos aquellos que son como gotas pesadas que caen una a una de la oscura nube suspendida sobre el hombre: ellos anuncian que el rayo viene, y perecen como anunciadores.
El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, - una cuerda sobre un abismo.
Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso17.
Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso, pues ellos son los que pasan al otro lado.
Yo amo a los grandes despreciadores, pues ellos son los grandes veneradores, y flechas del anhelo hacia la otra orilla. Yo amo a quienes, para hundirse en su ocaso y sacrificarse, no buscan una razón detrás de las estrellas: sino que se sacrifican a la tierra para que ésta llegue alguna vez a ser del superhombre. Yo amo a quien vive para conocer, y quiere conocer para que alguna vez viva el superhombre. Y quiere así su propio ocaso.
Yo amo a quien trabaja e inventa para construirle la casa al superhombre y prepara para él la tierra, el animal y la planta: pues quiere así su propio ocaso.
Yo amo a quien ama su virtud: pues la virtud es voluntad de ocaso y una flecha del anhelo.
Yo amo a quien no reserva para sí ni una gota de espíritu, sino que quiere ser íntegramente el espíritu de su virtud: avanza así en forma de espíritu sobre el puente.
Yo amo a quien de su virtud hace su inclinación y su fatalidad: quiere así, por amor a su virtud, seguir viviendo y no seguir viviendo.
Yo amo a quien no quiere tener demasiadas virtudes. Una virtud es más virtud que dos, porque es un nudo más fuerte del que se cuelga la fatalidad.
Yo amo a aquel cuya alma se prodiga, y no quiere recibir agradecimiento ni devuelve nada: pues él regala siempre y no quiere conservarse a sí mismo18.
Yo amo a quien se avergüenza cuando el dado, al caer, le da suerte, y entonces se pregunta: ¿acaso soy yo un jugador que hace trampas? - pues quiere perecer.
Yo amo a quien delante de sus acciones arroja palabras de oro y cumple siempre más de lo que promete: pues quiere su ocaso.
Yo amo a quien justifica a los hombres del futuro y redime a los del pasado: pues quiere perecer a causa dé los hombres del presente.
Yo amo a quien castiga a su dios porque ama a su dios19: pues tiene que perecer por la cólera de su dios.
Yo amo a aquel cuya alma es profunda incluso cuando se la hiere, y que puede perecer a causa de una pequeña vivencia: pasa así de buen grado por el puente.
Yo amo a aquel cuya alma está tan llena que se olvida de sí mismo, y todas las cosas están dentro de él: todas las cosas se transforman así en su ocaso.
Yo amo a quien es de espíritu libre y de corazón libre: su cabeza no es así más que las entrañas de su corazón, pero su corazón lo empuja al ocaso. Yo amo a todos aquellos que son como gotas pesadas que caen una a una de la oscura nube suspendida sobre el hombre: ellos anuncian que el rayo viene, y perecen como anunciadores.
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